Los celos son una emoción que puede llegar al grado de obsesión y tormento, se desencadenan frente al miedo a perder a la persona amada y constituyen un mecanismo de control que pretende evitar esa pérdida, existan o no causas objetivas que motiven la inquietud. El celoso identifica amor con posesión y con exclusividad. Según la psicología, los celos suelen darse en individuos dependientes y con una frágil autoestima, que reaccionan negativamente ante la posibilidad de lo que ellos consideran como un abandono. El celoso, quiere una relación blindada.
Esta conducta mezcla de exigencias, control y desconfianza produce el efecto contrario, la persona controlada suele sentirse presionada, absorbida y agotada por las exigencias del celoso y existen muchas posibilidades de que abandone o se queme dentro de la relación. El celoso exige fidelidad incondicional, algo que él; ni remotamente, se halla en disposición de ofrecer, no vive ni deja vivir y nunca está totalmente satisfecho ya que la inseguridad y el fantasma de la traición le embargan.
La raíz de los celos, como de todas las emociones, se halla en la infancia que da inicio a las pautas de la conducta y de los apegos (Luna), básicamente, porque el niño no es autónomo y para sobrevivir depende de sus padres, especialmente, de su madre, su fuente de nutrición a todo nivel. El niño, experimenta celos por diferentes causas, sobre todo por la aparición inquietante de intrusos; de nuevos hermanos que le quitan protagonismo y pueden obligarle a renunciar a algunos privilegios. El celoso, como el niño, es egoísta porque reclama sacrificio y dedicación incondicional muy por encima del que él está dispuesto a asumir o a corresponder.
Es en la infancia cuando se configura el marco emocional y se cristalizan las dependencias, los apegos y las primeras seguridades e inseguridades. Un niño bien amamantado es sinónimo de un niño confiado y seguro. Freud, afirmaba que el primogénito es el triunfador de los hermanos, porque tuvo en exclusiva la dedicación y el amor de la madre. En cualquier caso, la madre, es la primera referencia susceptible de apego que, con el tiempo, es sustituida por la pareja.
Los celos son una emoción básica natural, una reacción de alerta, convertida en patología cuando adquiere una intensidad incontrolable para el individuo que la sufre. Muchas personas interpretan los celos como una indicación de importancia, como una verificación de interés por la persona depositaria de los celos, que incluso puede llegar a sentirse halagada. En muchas ocasiones, sobre todo las mujeres, que entienden más de estrategias y de cómo dar celos a los hombres, usan los celos para que el “otro” se defina. Para que existan celos debe existir un rival, cierto o imaginario, a partir del cual se establece una comparación; dando como resultado, la competencia y el temor a ser reemplazado si no se está a la altura de la competición.
Así, los celos están emparentados con la seguridad personal en toda la acepción de la palabra. En términos astrológicos, la conexión con el signo de Tauro (casa II)y su regente Venus, se corrobora por el hecho médicamente confirmado, de que es la glándula tiroides, situada en el cuello, (zona regida por Tauro), la mayor implicada en los celos patológicos. Las alteraciones hormonales de esta glándula, suelen ir acompañadas de cambios radicales de humor y de conducta, que afectan a la disposición anímica y sexual y que pueden adoptar forma de manías, obsesiones y neurosis. Las manifestaciones somáticas se evidencian, sobre todo en las vértebras cervicales, el corazón y en ocasiones en los genitales (por oposición a Escorpio, casa VIII).